El 14 de febrero se celebra en todo el mundo el día de San Valentín o él día de los enamorados.
Es una fecha ligada directamente con el cristianismo.
Si bien sus orígenes no están del todo claros, suele ubicarse su comienzo en la antigua Roma, más precisamente en el siglo III cuando comenzaba la extensión del cristianismo.
Por aquel entonces, el emperador prohibía que los jóvenes pudieran casarse. De esta manera garantizaba que los jóvenes se alistaran en el ejército.
Por suerte para los jóvenes enamorados existía un sacerdote llamado Valentín, que no estaba para nada de acuerdo con esta ley, y con la fuerza de su juventud y rebeldía, comenzó a celebrar matrimonios en secreto entre aquellos jóvenes enamorados.
Por supuesto que fue descubierto y puesto preso. Desde la cárcel realizó un milagro, le devolvió la vista a la hija de quién lo custodiaba.
Sin embargo, este milagro no impidió que continuara preso y el 14 de febrero del año 269, Valentín fue decapitado.
Un poco más de doscientos años pasaron de su muerte hasta que el papa Gelasio I declara el 14 de febrero como el día de San Valentín. Sin embargo, en 1969 y ante las dudas que existen sobre el posible origen pagano de este día, se lo elimina del calendario católico.
A partir de ese momento comienza a tomar más fuerza la fecha de manera desmedidamente comercial.
Me parece importante poder rescatar el origen de este día para poder des-ligarlo de su fuerte atadura al consumismo y las exigencias que llevan a pensarse con una «media naranja». Lo que voy a decir no tiene nada de novedoso, pero me parece importante poder rescatar el hecho de que la «media naranja» es simplemente una fantasía neurótica.
No es posible completarse, pues a todos nos falta algo y tenemos que poder vivir con eso que no tenemos. En este sentido me gustaría poder diferenciar el amor del enamoramiento.
Es este último un estado de total embelesamiento por el Otro, se trata de llenar eso que sentimos que nos falta. No es casualidad, amamos precisamente porque somos seres en falta. Si se intenta satisfacer todas las necesidades del otro, ese sujeto quedará sujetado a un lugar de puro objeto que tendrá como misión tapar esa falta, y si es un objeto entonces no es un sujeto.
El amor en cambio es desde el psicoanálisis una elección inconsciente y en ese sentido no somos totalmente dueños de esa elección. Y es que el amor se nos presenta a todos y cada uno de maneras múltiples, variadas y absolutamente únicas.
Amamos según nuestros primeros modelos. El amor, por lo tanto, tiene su vertiente irracional.
Yo creo que, siguiendo la máxima lacaniana de “amar es dar lo que no se tiene a quien no es» nos situamos en el orden del lenguaje y su multiplicidad. Por lo que, a nuestro Otro del amor, lo podemos idealizar, respetar, cuidar, admirar desde nuestra propia construcción simbólica. Por lo tanto, creo que dar lo que uno tiene es fácil, en cambio el desafío y el trabajo, diría yo, del amor está en dar lo que no se tiene, dar con incompletud, con fallas y carencias.
De eso se trata un poco el amor, de un intercambio de lo que no se tiene.
En lo que respecta a las demandas, me atrevo a decir que no todas las demandas son de amor. La demanda de amor no es demanda de un objeto, se demanda independiente de la particularidad del objeto, se demanda lo que sea, siempre y cuando tenga el valor de prueba de amor. La demanda en cambio, que surge de la necesidad (como la de los bebés) está dirigida al Otro que puede satisfacer la necesidad, es una demanda hacia el Otro que tiene. La demanda de amor entonces se dirige al Otro que no tiene y es en esta medida que se justifica definir al amor como un don de lo que no se tiene, dar prueba (de amor) de la falta propia.
¡Feliz día de los enamorados!
