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A 213 años de la Revolución de Mayo: El comienzo del ciclo independentista

A principios del siglo XIX, las colonias latinoamericanas comenzaron a vivir un proceso en común cuyo destino era independizarse de España. La Junta de Buenos Aires fue el actor principal para la emancipación americana frente a otros virreinatos (como el del Perú y México) que se resistían a romper sus lazos con la monarquía española.

Entre los años 1808 y 1824 transcurrieron en América una serie de hechos que formaron parte de un complejo proceso histórico que condujo a la emancipación política de las colonias americanas. Concretamente, el inicio de la independencia americana fue propiciado por la coyuntura política, bélica e ideológica por la que atravesó España a raíz del vacío de poder provocado por la invasión de Napoleón I Bonaparte a la Península Ibérica; y la supresión de la dinastía de Borbón debido al apresamiento del rey Fernando VII en 1808. Ese último acontecimiento permitió y legitimó la formación de Juntas de Gobierno en las ciudades americanas más importantes, las que en un comienzo reconocían la autoridad del Rey, lo que reveló lo arraigada que estaba la tradición monárquica (o realista) española en América.

La posibilidad de autonomía política a partir de la ausencia monárquica no fue recibida de igual modo en las diferentes colonias. En gran medida, las distintas reacciones dependieron del tipo de vínculo político entre el gobierno imperial y las elites coloniales, en especial de acuerdo al acceso de éstas últimas al control político y económico de sus dominios, cuestión que también implicaba fuertes vínculos de dependencia que la elite mantenía con el resto de la sociedad, sobre todo con sujetos como los esclavos, sirvientes y grupos de trabajadores de distintos oficios.

En las colonias más importantes, como los Virreinatos de Nueva España (México) y del Perú, las elites se mostraron favorables a mantener los nexos con la metrópolis, pues les permitía mantener la preeminencia política y control económico que hasta entonces habían detentado sobre otras zonas. No obstante, el Virreinato del Río de la Plata (Argentina), que disputaba a Lima el control de la minería en los territorios del Alto Perú, se transformó, a través de la Junta de Buenos Aires, en un actor principal en la organización de campañas militares en América del Sur.

LA REVOLUCIÓN DE MAYO

  • Fuente: Pigna, Felipe, 1810. La otra historia de nuestra Revolución fundadora, Editorial Planeta, Buenos Aires, 2010, págs. 369-379 .

Todo parece indicar que contradiciendo a la famosa canción que hablaba del sol del 25 que venía asomando, aquel día de mayo de 1810 amaneció lluvioso y frío, aunque claro, la “sensación térmica” de la gente era otra. Grupos de vecinos y milicianos encabezados por Domingo French y Antonio Beruti se fueron juntando frente al Cabildo a la espera de definiciones. Y para terminar definitivamente con la duda metódica, sí, había algunos paraguas, no muchos porque aquellos artefactos conocidos en Europa por los menos desde el siglo XVIII, eran bastante caros en Buenos Aires; así que los que podían se cubrían con capotes y los que no, como siempre, se arreglaban como podían.

Cuando los hombres de la Legión Infernal se percataron de que agentes de Cisneros se estaban infiltrando en la muchedumbre 1, French y Beruti pidieron a su gente que llevaran en los pechos distintivos. Cuenta un testigo anónimo:“En dicho día se vio que en lugar de las cintas blancas del primer día, y ramo de olivo del segundo que se pusieron los de la turba en el sombrero, gastaron cintas encarnadas”. 2 Es decir: cintas hubo, pero ni celestes ni blancas, y si las queremos comparar con algo actual, no pensemos en los actos escolares, sino más bien en los brazaletes de quienes se encargan de evitar colados indeseables en una marcha de protesta o un piquete.

El cuartel general de los patriotas se estableció en la casa de Azcuénaga, situada en la esquina de las actuales Hipólito Yrigoyen y Defensa, con excelente vista a la propia Plaza Mayor.

El Cabildo se reunió a las 9 y trató en primer lugar la renuncia de Cisneros. Los recalcitrantes que todavía dominaban la institución intentaron resistir y, a través de Leiva, argumentaron que el Cabildo no estaba en condiciones para delegar la autoridad. Con su habitual espíritu “democrático”, opinaron que el petitorio presentado por el pueblo no debía influir en las decisiones. Seguidamente, aunque usted no lo crea, propusieron que la finada junta trucha presidida por Cisneros reasumiera sus funciones y que los comandantes se dispusieran a reprimir el descontado desborde popular a sangre y fuego y a fusilar a algunos cabecillas como escarmiento. 

Los muchachos reunidos en lo de Azcuénaga tenían sus informantes, que comunicaron las barbaridades que se estaban planteando en el Cabildo. Esto inmediatamente provocó una especie de avalancha sobre el edificio y un grupo compacto y bien pertrechado, encabezado por Chiclana y French, logró copar la galería de la planta alta. Leiva seguía perdiendo tiempo, en su papel de conquistador indignado con los sudacas que osaban rebelarse contra trescientos años de “maravillosa administración española”, y lanzaba frases típicas de quien sabe que está en el horno: “¡Qué atrevimientos son éstos! ¡Qué insolencia!”. Dice el acta del Cabildo: “Estando en esa sesión la gente que cubría los corredores dieron golpes por varias ocasiones a la puerta de la sala capitular, oyéndose las voces de que querían saber lo que se trataba” 5. Hasta que se abrió una ventana y el síndico procurador se encontró con la cara de pocos amigos y los insultos de los “irreverentes” muchachos de la Legión Infernal –esos a los que quería fusilar-, a los que se atrevió a preguntarles: “¿Qué pretenden?” La respuesta fue contundente: “la renuncia efectiva de Cisneros”.

En esos momentos entraron a la sala capitular Saavedra y Beruti. El jefe de los Patricios aclaró que sus tropas no moverían un dedo para reprimir al pueblo. Sí accedieron a que se retirase parte de la gente. Cuando la plaza se fue vaciando, el desubicado de Leiva no tuvo mejor idea que asomarse otra vez al balcón de sus desgracias y preguntar: “¿Dónde está el pueblo?”. Le contestó Antonio Luis Beruti, escoltado por algunos “infernales”:

“Señores del Cabildo: esto ya pasa de juguete; no estamos en circunstancias de que ustedes se burlen de nosotros con sandeces. Si hasta ahora hemos procedido con prudencia, ha sido para evitar desastres y efusión de sangre. El pueblo, en cuyo nombre hablamos, está armado en los cuarteles y una gran parte del vecindario espera en otras partes la voz para venir aquí. ¿Quieren ustedes verlo? Toque la campana y si es que no tiene badajo nosotros tocaremos generala y verán ustedes la cara de ese pueblo, cuya presencia echan de menos. ¡Sí o no! Pronto, señores, decirlo ahora mismo, porque no estamos dispuestos a sufrir demoras y engaños; pero, si volvemos con las armas en la mano, no responderemos de nada.”

Ahora sí, el actuario del Cabildo se decidió a leer el petitorio presentado la noche del 24 y los integrantes del cuerpo aprobaron su contenido. El virrey quedaba finalmente destituido de todo tipo de mando y se nombraba a una nueva Junta de Gobierno que asumiría a las tres de la tarde de aquel mismo día 25.

EL CICLO INDEPENDENTISTA

  • Fuente: Biblioteca Nacional de Chile. Las oleadas Independentistas en América.

El 25 de mayo de 1810 se conformó la Primera Junta de Gobierno de Buenos Aires. El proceso que dio origen a esta reunión se conoce como La Revolución de Mayo, iniciada frente a la oposición de algunas provincias a la primacía de la Junta que intentaba mantener la integridad territorial heredada por la organización colonial del virreinato de la Plata, del cual Buenos Aires había sido la ciudad capital. La Junta de Buenos Aires, organizó una expedición que persiguió extender y legitimar su autoridad. Varias ciudades del interior aprobaron y reconocieron al nuevo gobierno, sin embargo, provincias como Asunción, Córdoba y Montevideo lo rechazaron. Esta oposición significó un enfrentamiento en varios frentes contrarrevolucionarios locales que fueron sofocados por las fuerzas de la junta a través de tres campañas militares en cada una de estas ciudades.

Al Paraguay, la campaña se inició el 25 de septiembre de 1810. Al mando de Manuel Belgrano la expedición contaba con 200 hombres a los que se sumaron nuevos contingentes mientras se avanzada la ruta, llegando a unos mil hombres. En diciembre de ese año la expedición llegó y cruzo el río Paraná desde donde accedieron a Paraguay, dando paso al enfrentamiento militar en el combate de Campichuelo (19 de diciembre).

Frente a las numerosas fuerzas uruguayas-españolas, Belgrano sufrió graves derrotas. La más importante fue la batalla de Tacuarí el 9 de marzo de 1811, en que los defensores de la Junta debieron rendirse, pues estaban sitiados en una de las laderas del río (Tacuarí) y mantenían un contingente de sólo 200 hombres. A este sitio se le denominó Cerrito de los Porteños. Convenida la cesación de hostilidades, las tropas patriotas se retiraron el 10 de marzo, pese a los resultados adversos para la causa patriota, los aires independentistas también llegaron a Paraguay.

La expedición a la Banda Oriental se inició frente a la ciudad de Montevideo, que fue el centro de la resistencia realista en el Río de la Plata. Frente al pronunciamiento en contra de la Junta de Buenos Aires por parte del Cabildo de Montevideo, algunas zonas rurales al mando de caudillos locales reaccionaron apoyando a Buenos Aires y a cualquier medida anticolonialista. Bajo la conducción de José Gervasio Artigas, nativo de Montevideo, las provincias pelearon contra los realistas, unidos a las fuerzas bonaerenses al mando de José Rondeau, hasta que luego de un largo sitio y de incesantes combates, el 23 de junio de 1814 se produjo la rendición de la plaza de Montevideo.

Por su parte, tres fueron las campañas que la Junta de Gobierno de Buenos Aires organizó al Alto Perú (actual Bolivia). Luego de vencer la resistencia de la provincia de Córdoba, las fuerzas bonaerenses avanzaron hacia el norte, para asegurar la adhesión de las alejadas provincias del Alto Perú que controlaban la producción minera de plata en Potosí. Las provincias de Alto Perú, pidieron al virreinato de Lima ser incorporadas en su jurisdicción y así evitar la intervención de Buenos Aires. El Virrey del Perú Abascal aceptó la propuesta, entrando en conflicto directo con la Junta bonaerense. La primera campaña al mando de Antonio González Balcarce, terminó con la derrota patriota en Huaqui en 1811. El ejército totalmente desmembrado debió replegarse hasta Jujuy. Hubo una segunda campaña al Alto Perú en 1812 comandada por Manuel Belgrano, quien regresaba de la fallida expedición al Paraguay. El avance continuó hacia el norte pero, finalmente, el amplio ejército fue vencido por las fuerzas realistas limeñas del virrey Abascal y debieron regresar hacia el sur, a la altura de Tucumán.

La tercera campaña, igualmente fallida, estuvo en manos de José Rondeau, quien en primera instancia logró apoderarse de Potosí y Charcas, pero parte de su ejército se retiró dejándolo a merced de los ataques realistas. Finalmente, Rondeau fue duramente derrotado en la pampa de Sipe-Sipe en 1815, evidenciando la imposibilidad de debilitar el poder virreinal por esa ruta. Fue en esos momentos que la propuesta de San Martín de reemplazarla por la expedición a Chile y el ataque a Lima por mar se hizo concreta e incluso necesaria.

Luego de un largo periodo de inestabilidad política determinado por el conflicto entre los patriotas centralistas (Buenos Aires) y federalistas (provincias) Manuel Belgrano logró asegurar el éxito de la Independencia tras las victorias en las batallas de Tucumán y Salta. A ello cooperó también el apoyo y la organización de las campañas del Ejército Libertador de los Andes, abriendo posibilidades (entre 1815 y 1817) de una independencia en el Cono Sur que respaldara a la Argentina. La declaración se realizó el 9 de Julio de 1816 en el Congreso de Tucumán.

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