Historia

A 44 años de “La Noche de los Lápices”

Tres generaciones de mujeres militantes conversan sobre los sentidos de la memoria y el rol de los jóvenes en las luchas políticas, en un nuevo aniversario de aquel operativo policial que secuestro a diez estudiantes secundarios en la ciudad de La Plata.

En el año 1998, la Ley 10.671 instituyó el 16 de septiembre como el Día de los Derechos de los Estudiantes Secundarios, con la intención de poner en valor su rol como sujetos políticos. La elección del día carga con la historia de una de las acciones más obscenas cometidas por la última dictadura cívico-militar: el secuestro de diez estudiantes secundarios, militantes, de entre 16 y 18 años, durante el operativo policial que se denominó “La Noche de los Lápices”.

16 de septiembre

Durante los años ’70, la ciudad de La Plata, capital de la provincia de Buenos Aires, era una de las ciudades universitaria más importante del país y epicentro del nacimiento y desarrollo de las más diversas organizaciones políticas. En ese momento, los y las estudiantes secundarios se agrupaban principalmente en la Unión de Estudiantes Secundarios (UES) -vinculada a Montoneros- y en la Juventud Guevarista (JG) -vinculada al Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT). También pertencían a la Federación Juvenil Comunista (FJC); la Juventud Socialista (JS); al Grupo de Estudiantes Socialistas Antiimperialistas (GESA); y a la Juventud Radical Revolucionaria (JRR).

La noche del 16 de septiembre de 1976, el grupo de tareas de la policía bonaerense liderada por Ramón Camps, realizó un operativo en el que secuestró a Claudia Falcone (16 años), Francisco López Muntaner (16 años), María Clara Ciocchini (18 años), Horacio Ungaro (17 años), Daniel Racero (18 años) y Claudio de Acha (18 años). Días después, continuaron la tarea. Gustavo Calotti (18 años) fue secuestrado el 8 de septiembre, Emilce Moler (17 años) y Patricia Miranda (17 años), el 17 de septiembre, Pablo Díaz (19 años), el 21 de septiembre.

De ellos solo cuatro sobrevivieron. Los y las demás jóvenes integran la siniestra lista de alrededor de 340 adolescentes de todo el país -de entre 13 y 18 años- que fueron secuestrados, detenidos, desaparecidos y asesinados.

“Lo predominante era atribuir aquel operativo a la lucha por el Boleto Estudiantil Secundario. Esa movilización fue muy importante, pero había ocurrido con anterioridad, en 1975, y a nosotros nos detuvieron por ser militantes de la UES”, cuenta Emilce Moler, una de las sobrevivientes.

Afiche callejero elaborado en 2019 por la Comisión Provincial por la Memoria

Relatos de una sobreviviente

La madrugada en que el grupo de tareas llegó a la casa de Emilce Moler -hija de un policía y de una madre antiperonista- preguntaron por “la estudiante del Bellas Artes”. Al verla, pensaron que les habían pasado mal el dato. Emilce no pesaba ni 45 kilos y apareció con su pijama rosa y blanco. “Es una nena”, dijeron los represores. Se la llevaron igual.

Como la mayoría de los chicos secuestrados durante la “Noche de los Lápices”, Emilce sufrió los tormentos en tres de los nuevos centros clandestinos conocidos y juzgados posteriormente como el Circuito Camps. Estuvo detenida-desaparecida en el Pozo de Arana, el Pozo de Quilmes y la Comisaría de Valentín Alsina, en Lanús. En enero de 1977 fue trasladada a la cárcel de Villa Devoto, salió a los diecinueve años con régimen de libertad vigilada.

Desde entonces y desde cada ámbito que habitó, continuó militando: desde su rol docente, como investigadora, como madre y como sobreviviente, dando su testimonio. Declaró en 1986, cuando condenaron, entre otros, a los principales genocidas de la Policía Bonaerense: Ramón Camps, Miguel Etchecolatz y Jorge Bergés, entre otros. Lo volvió a hacer en 2013, en el juicio que terminó con la condena y cárcel efectiva de veintitrés genocidas.

Este año dio vida a una nueva forma de militar y seguir testimoniando, su libro “La Larga noche de los lápices: Relatos de una sobreviviente”, donde narra aspectos sobre los que nunca había hablado.

“Para mí aprender, estudiar, en el sentido amplio, es libertad. Lo fue en los peores momentos y lo sigue siendo. ¡No saben cómo me liberé escribiendo! Y no por casualidad escribí este libro durante el macrismo. A los momentos oscuros yo le doy luz con el conocimiento, con la palabra, con el hacer, con el aprender, que es la manera de expresarnos que tenemos los que hemos aprendido en las luchas de Memoria, Verdad y Justicia”, reflexionaba Emilce Moller en el conversatorio virtual “Los lápices siguen escribiendo”-organizado por el Ministerio de Cultura de la Nación- que además contó con la participación de la entrañable Taty Almeida, Madre de Plaza de Mayo-Línea Fundadora, y con la presencia de las estudiantes Paula Phof y Manuela Miranda

Foto: Infobae

Nace Taty Almeyda

Taty Almedia cumplió 90 años el pasado mes de junio. Tenía 25 años cuando secuestraron y desaparecieron a su hijo Alejandro, estudiante de medicina, militante del Ejército Revolucionario del Pueblo. Las últimas palabras que Taty escuchó de su hijo fueron “Esperame que ya vengo”. Fue un 17 de junio de 1975.

Taty nació en Buenos Aires pero su infancia la vivió en Mendoza. Su familia estaba compuesta en su mayoría por jerarcas militares: su papá, sus tíos, sus primos. Su padre era Teniente Coronel de Caballería, y ella, la más antiperonista de la familia.

Taty junto a sus hijos. Foto: Desaparecidos.org

Taty recuerda los abrazos de Alejandro que, entre risas, le decía “¡Ayyyy… a esta gorilita de mierda cómo la quiero!”, y rescata con orgullo el haber pasado más de la mitad de su vida militando. Sabe que Alejandro, desde algún rincón, está orgulloso de la transformación que hizo y que la convirtió en una de las referentes de las Madres de Plaza de Mayo.

“No hay que tenerle miedo a la palabra militancia. Militancia es compromiso, es compañerismo, es ocuparse del otro, como lo hicieron nuestros hijos, los 30.000, que eran militantes políticos. Después de un tiempo, cuando tomé conciencia de lo que pasaba, yo decía ‘cómo me voy a acercar a Madres, con el currículum que tengo, van a pensar que soy una espía. Pero gracias a Dios, me animé”.

“Estoy orgullosa de haber parido a mis tres hijos, pero Alejandro parió a Taty Almeyda. Yo me siento parida por él, y yo sé que Alejandro, a raíz de mi militancia, desde algún rincón, muerto de risa, me dice ‘miren a la gorilita de mierda en lo que se convirtió'”.

Taty Almeida y Delia Giovanola celebra la recstitución del nieto Martín Ogando Montesano, el nieto número 118.
Foto: Kaloian Santos Cabrera

Las pibas

Manuela Miranda es mendocina y milita en la Red Nacional de Estudiantes Secundarios (RENACE). Paula Phof es la presidenta del Centro de Estudiantes de la Universidad Nacional de Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur (UNTDF).

Paula y Manuela comparten la alegría que representa la militancia para una generación que se crió durante gobiernos populares. Paula además pertenece a la generación que votó por primera vez a los 16 años y recuerda esa experiencia como fundante en su recorrido político.

“Nos tocó vivir una época de ampliación de derechos y, hasta me da un poco de vergüenza decirlo, pero en la primaria, en la secundaria, a mí me daba la sensación que los derechos se ampliaban como si fuera un orden natural del universo. Pensaba ‘y si, es obvio, cómo no se van a poder casar personas del mismo sexo’. No me daba cuenta que detrás había una cuestión de lucha, de historia, de instalar en agenda determinadas problemáticas”.

Foto: Programa Jóvenes y Memoria – Comisión Provincial por la Memoria

Para Manuela, comenzar a militar en su colegio secundario fue una experiencia reveladora que le permitió, entre otras cosas, descubrir que las luchas siempre están ligadas a otras luchas.

Militancia y feminismo

Para Paula, una de las definiciones que comparten con aquella juventud militante setentista es la convicción de pelear por una universidad que descolonice, que libere. Asumir la responsabilidad social que tiene como estudiantes y cuestionar los contenidos, las desigualdades geográficas, económicas, culturales para el acceso, el rol de la ciencia, los por qué, los para quién.

“Es importante conocer que antes hubo pibes y pibas de mi edad que pelearon por la gratuidad universitaria, que pelearon por la federalización que permite que hoy yo esté estudiando en Tierra del Fuego, en una universidad que tiene seis años. Nosotras, además, tenemos un gran compromiso social con la felicidad y con la grandeza de nuestro pueblo, que es construir una universidad que sea feminista y que tenga contenidos ligados al pensamiento nacional”.

La lucha feminista y la fuerza de estas generaciones de mujeres, jóvenes, militantes, apasionadas, contribuyeron a interpelar a muchas mujeres para seguir construyendo libertades.

“Me di cuenta de que había hablado muy poco de cuando estuve presa en Devoto y de mi rol de mujer en esa situación. En el libro fue la primera vez que hablé de la palabra menstruación y conté intimidades femeninas. Nunca nadie antes me había preguntado. Lo conté incluso con pudor pero lo pude hacer porque hay otro contexto y porque ustedes, las jóvenes, me ayudan a deconstruirme”, revela Emilce Moler.

Haydée Castelú, de Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora. Foto: HIJOS Capital.

Militantes políticos

Taty, Emilce, Paula y Manuela conversan sobre la importancia de reivindicar la militancia política de cada uno de los y las desaparecidos y asesinados. Para Emilce Moler, tras la vuelta a la democracia, la estigmatización hacia la militancia fue tan grande que hubo que buscar hechos simbólicos y ponerles nombre, no porque haya un desaparecido o un sobreviviente más importante que otro, sino porque esas fueron las formas de construcción de la memoria que se pudieron hacer en aquel momento frente a una sociedad que no quería escuchar.

“Nuestros hijos eran militantes políticos, y para mí es un placer y una tranquilidad ver a estas jóvenes como tantas y tantos otros jóvenes que gracias a Dios tienen esa conciencia. Y eso es un tranquilidad que tenemos las Madres, las Abuelas, que lamentablemente estamos quedando pocas pero estamos tranquilas porque sabemos que esas postas las están recibiendo… las pasamos de a poquito, porque a pesar de los bastones y sillas de ruedas, las locas seguimos de pie”, concluye, entre risas, Taty Almeida.

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