75 años pasaron de aquella misión de reconocimiento que encaro el escrito, poeta y aviador francés Antoine de Saint-Exupéry. En 1944 despegó desde la Isla de Córcega y, al igual que el “El Principito” que nació desde su prodigiosa creatividad, encontraría su destino entre las nubes y las estrellas.
Saint-Exupéry desaparecía a los pedidos de su lightning p-38 f5b, baleado por un cazador alemán, frente a Marsella durante una misión de reconocimiento que procuraba preparar el desembarco de Provenza.
En “Compartí Concordia, balneario termal” el recuerdo del francés sigue vivo en cada rincón del Parque San Carlos y, particularmente, en las paredes del mágico Castillo San Carlos, cuna de “El Principito”.
“El Parque, el recuerdo del paso de Saint-Exupéry y las ruinas consolidadas del Castillo son un verdadero tesoro para los concordienses. Así lo sentimos desde la gestión municipal del intendente Enrique Tomás Cresto. Orgullosos nos sentimos de velar por la memoria siempre viva de su obra, como lo hacemos promocionando su visita y conociendo los misterios de su estadía en nuestra ciudad”, destacó Alfredo Francolini, Secretario de Gobierno y Turismo de la Municipalidad de Concordia.
- AQUELLA INOLVIDABLE HISTORIA
Es que, a fines de 1929, Antoine de Saint-Exupéry, piloteaba sobre el cielo entrerriano un avión “Latecoetere 25” (del cual hay una réplica que se exhibe en el Centro de Interpretación del Castillo San Carlos), cumpliendo con el servicio de la Aeroposta que conectaba Buenos Aires con Asunción del Paraguay, hacia donde se dirigía.
Al parecer, por un desperfecto técnico en su nave tuvo que realizar un aterrizaje de emergencia sobre Concordia, en terrenos linderos con los del Parque San Carlos. Así lo recuerda el propio Antoine en el capítulo “Oasis” de su libro “Tierra de Hombres (1939):
“Tanto os hablé del desierto que antes de seguir hablando de él me gustaría describir un oasis. La imagen que tengo de él no está perdida en el fondo del Sahara […] Pero una aguja ha temblado en un manómetro y esa verde espesura se ha vuelto un universo. Sois prisionero de un césped en un parque adormecido […] Era cerca de Concordia, en Argentina, pero hubiera podido ser en cualquier otro lugar: de tal modo está difundido el misterio. […] Había aterrizado en su campo y no sabía que iba a vivir un cuento de hadas.”
Este episodio fortuito sería el punto de inicio de una serie de vivencias que, según quienes han analizado la vida y obra del célebre escritor francés, sirvieron como fuente de inspiración para su obra más reconocida: “El Principito” (1943). De hecho, en seguida nos recuerda al inicio de esta obra: un aviador, que debe aterrizar en el medio del Sahara debido a un problema con su avioneta. A lo que habría que agregar que “Oasis” está basado en otro artículo periodístico de su autoría, titulado, sugestivamente, “Las princesitas argentinas”. A estas “coincidencias” se agregan otras, que se pondrán de relieve a continuación.
El incidente mencionado terminaría poniendo a “Saintex” -como le decían sus allegados- en contacto con la familia Fuchs-Valon, casualmente también de origen galo, que en ese momento habitaba el “Castillo”, y con la que establecería lazos de amistad. En el mismo texto ya citado, describe la casona de este modo: “¡Qué casa extraña! Compacta, maciza, casi una ciudadela. Castillo de leyenda que ofrecía, al trasponer el porche, un refugio tan apacible, tan seguro, tan protegido como un monasterio.” Con seguridad, uno de los primeros detalles que pudo observar el francés cuando llegó al lugar fueron los estupendos rosales que la Sra. Fuchs-Valón mantenía personalmente con extremos cuidados, tarea en la cual el propio Antoine la acompañaría muchas veces mientras desarrollaban sus conversaciones muy cultas. También el “Principito” tenía su rosa, que él creía que era única en el mundo y por lo tanto estaba constantemente preocupado de que nada malo le sucediera, protegiéndola del viento y otros peligros.
Pero lo que más cautivó a Saint-Exupéry fueron las dos hijas menores (tenían un hermano mayor) del matrimonio Fuchs Valón: Edda y Suzanne, de 9 y 14 años cuando las conoció. Especialmente la más pequeña, con su personalidad desenfadada y solemne al mismo tiempo, igual que la del “Principito”. Estas niñas “salvajes” según las describiera su propio padre en más de una ocasión, se habían “hecho amigas” de toda una serie de animales silvestres entre los que estaban dos zorros.
Y justamente es el zorro uno de los personajes centrales de la obra, el que se transformaría en el mejor amigo y consejero del Principito: “El zorro se calló y miró largamente al principito: – Por favor… domestícame ! – dijo. […] – Sólo se conoce lo que uno domestica – dijo el zorro. – Los hombres ya no tienen más tiempo de conocer nada. Compran cosas ya hechas a los comerciantes.” (“El Principito”).
Esta serie de circunstancias y experiencias, entre otras, han llevado a considerar que San Carlos bien podría ser la “cuna del Principito”, en el sentido de que muchas de las ideas o personajes centrales de la obra habrían sido inspirados en este lugar.
Es por ello que sobre la fachada del Castillo puede observarse una placa conmemorativa dedicada a Saint-Exupéry, colocada por la Embajada Francesa en 1966, época en que se comenzó a corroborar que sus anécdotas con respecto a su estancia en Concordia con los Fuchs-Valón no eran fruto de la imaginación de un viajero alucinando. Por otra parte, a unos 100 metros del Castillo el visitante se encontrará con el monumento “El Principito y su Asteroide”, cuya realización fue una idea surgida en el cuarto grado de la escuela primaria N°161 “República de Entre Ríos” en Paraná.
“En cada rincón de nuestro Parque San Carlos se respira naturaleza, historia y el innegable magnetismo por la figura del escritor francés. Cuidalo, es de todos”, reflexionó finalmente el también Presidente Ejecutivo del Ente Mixto Concordiense de Turismo (EMCONTUR).